Cuando la madre diosa del mundo decidió crear los seres vivos, los fue
inventando de tal manera que cada uno tuviera una forma de ser parecida a ella misma. Por eso pensó, mientras les
hacía aparecer de la nada:
-“Quiero seres
vivos que rían como yo cuando estoy alegre”. Y creó al chimpancé y a la hiena.
-“Quiero
un ser vivo que esté triste como yo cuando me invade la pena”. Y creó el sauce
llorón.
-“Quiero seres vivos
que no paren quietos, como yo cuando estoy nerviosa”. Y creó al ratón.
-“Quiero un ser
vivo poderoso como yo”. Y creó al rey de la selva, el león.
-“Quiero un ser
vivo que esté casi siempre dormido, como yo cuando tengo sueño”. Y creó a la marmota.
-“Quiero que haya seres vivos que si les tocas te pinchen o te piquen,
como yo cuando estoy enfadada”. Y creó las ortigas y los erizos.
-“Quiero
un ser vivo que sea como yo: suave por fuera y dulce por dentro”. Y creó el
árbol de los albaricoques.
-“Quiero un ser
vivo grande y fuerte como yo”. Y creó el elefante.
-“Quiero un ser
vivo fiel y amable como yo”. Y creó los perros-mascota.
-“Quiero un ser
vivo bravo y valiente como yo”. Y creó al toro.
-“Quiero un ser
vivo noble como yo”. Y creó al caballo.
-“Quiero un ser
vivo listo y astuto como yo”. Y creó al zorro.
Finalmente decidió
crear un ser
vivo que tuviera
un poco de
cada una de sus
cualidades... y creó al ser humano.
[Elaboración de Luis Salarich para el Banco de Herramientas]